Onígrafo #4: El Segundo Segundo
A Franco le quedan dos segundos de vida. En el primero, ella lo apunta con un revólver.
Dos golpes en la puerta. Franco abre sin pensar, sin preguntar quién es. Al otro ladro lo espera una mujer, su cabello rojo y largo, su mirada devastadora. A Franco le quedan dos segundos de vida.
En el primero, ella lo apunta con un revólver. Franco no tiene tiempo de asustarse. Lo único que pasa por su cabeza es una sola pregunta: ¿Por qué?
Ella jala el gatillo. La explosión de pólvora convierte a la bala en un proyectil que impacta a Franco en el centro de la frente a 443 metros por segundo perforando su cráneo y comenzando a forzar su camino a través de su cerebro.
En el segundo. Todo está oscuro. Franco se pone pie sin saber dónde es arriba o abajo. Estira las manos y camina con cuidado, tanteando para no golpearse. Con las manos, siente algo en la oscuridad. Es una forma sólida y lisa. Se siente fría, como hecha de piedra pulida. Tiene un lado redondo, un hueco en el centro. Es la letra q, minúscula.
Luego, un ruido catastrófico. Así se imagina que sonaría una montaña al derrumbarse. Comienza a correr en dirección opuesta y ve una luz a lo lejos. También hay gente, música. Es una fiesta. Esta rodeado de gente jóven. Algunos los conoce. Ahí está Núñez, sin canas y sin bigote. Y allá Fede, cuando todavía tenía dreads. Franco recuerda esta fiesta. Fue la noche que la conoció. Y ahí está ella, en la barra, esperando a que el bartender haga contacto visual para pedirle una Pilsen. Franco se acerca, hay un espacio junto a ella. Él la ve, le sonríe, ella hace lo mismo. El bartender los ignora.
Estire la mano y la alcanza, le dice ella, apuntado a una botella de vodka que dejaron mal puesta. Franco solo sonríe, nervioso. Ella levanta una ceja ¿Que? ¿Le da miedo? Pero entonces el bartender regresa, el momento pasó. Cobarde, dice ella y pide su cerveza, bien fría porfa. El tipo abre la nevera para sacar una botella de las del fondo. En ese momento ella estira la mano y se va con el vodka. El bartender levanta la mirada, no sabe que pasó. Franco no sabe que decir. Pero no hay tiempo. El piso comienza a temblar. Detrás del bar todas la botellas vibran y comienzan a caerse. La pared se rompe empujada por una enorme esfera metálica envuelta en fuego. Es del tamaño de toda la pared y aunque avanza a paso de caracol, destruye todo lo que toca. No, Franco se da cuenta, No es una esfera. Es una bala.
De nuevo comienza a correr, escapando de la destrucción. Corre empujando gente y botando sillas hasta que llega una puerta. La abre y al cruzarla se encuentra en un sendero, rodeado de bosque tropical. Delante de él van dos canadienses. Sus nombres no los recuerda. Detrás, el resto de grupo. Su grupo. Se mira la ropa y reconoce su uniforme de guarda parques. Su mano derecha sostiene un par de binóculos, su izquierda sostiene la mano de una mujer. Él levanta la cabeza. Es ella. Su boca arrugada como si estuviera conteniendo un chiste de mal gusto. Estás confundido, dice, esto es Río Celeste, aquí nunca fuiste guarda parques. Tenía razón. Una memoria confusa, pero con algo de cierto. En algún momento estuvieron los dos ahí, agarrados de la mano.
¿Por qué me mataste? le pregunta Franco.
Ella se pone seria. Sus ojos feroces. Vos me mataste primero.
Y escucha como los árboles comienzan a romperse. Las ramas se caen, lo pájaros gritan. La bala avanza como un tren imparable convirtiendo el bosque en cenizas. Los dos corren sin soltarse la mano. Su pie tropieza con una raíz y Franco cae de panza al suelo. Mastica tierra y la escupe, pero luego se acomoda, se da vuelta. Siente la cobija. Está un avión de esos grandes. Acostado a lo largo en los cuatro asientos del pasillo del centro. Se incorpora. Está oscuro, todos duermen. Tiene sed.
Franco camina hacia ese espacio junto a los baños donde los sobrecargo dejan algunas bebidas, paquetes de galletas y las cenas que sobraron. Ahí hay un hombre, es alto y flaco como un guarumo. Sus ojos de un azul profundo, su cabeza rasurada. ¿Puedes guardar un secreto? Pregunta con acento andaluz. Franco asiente. El hombre le toma una mano y sobre la misma le pone un puño de pastillas de colores. Que no te pillen con esto, tío. La luces se encienden y una mujer le toca a Franco el hombro desde atrás. Es la sobrecargo. Por favor regresen a sus asientos, vamos a comenzar el aterrizaje.
Franco aprovecha para escapar, pero en lugar de ir a su asiento, se va para el baño. Cierra la puerta con llave. Echa las pastillas en el lavatorio, pero inmediatamente se bloquea, no se van todas. Le tocan la puerta. Franco recoge las pastillas que quedan, abre el inodoro y está hasta el tope de agua, papel y meados, las pastillas solo se quedarían ahí flotando. Le tocan la puerta otra vez. Desesperado y sin saber dónde más ponerlas, las pone en su boca. Traga y luego flota hasta su asiento sin saber qué es qué. Se sienta y su cabeza se siente prismática, su cuerpo astral. No se vuelve a acostar donde estaba antes, se sienta en su asiento asignado, junto a ella, y descansa su cabeza sobre su hombro oliendo dulce perfume de su cabello rojo.
Cuando se da cuenta está haciendo fila. Panamá. Aduanas. Nada que declarar. Esta memoria no la reconoce. Es una laguna, una importante, enterrada por las drogas y excavada por la bala. Su maleta está entrando a la máquina de rayos equis, y acata que si está vivo es porque las pastillas no están todas en su organismo. ¿Que habrá hecho con las demás?
La maleta pasa, y un policía le pide hacerse a un lado. Le pide abrirla. Franco traga duro y abre el zipper con movimientos lentos y cuidadosos. El policía la revisa, luego se la entrega. Todo bien. Franco respira. Y entonces nota que no todo bien. Ella está detrás de él. Hay una luz roja, el mismo color de su cabello. La policía habla con ella, pero no en el mismo tono que le hablaron a él. Ella se gira hacia Franco y lo apunta con un dedo. El policía ignora el gesto y la toma bruscamente de un brazo.
Franco comprende. Su mente es a la vez es lúcida y alucinante. La de ahora y la de entonces. Se ve a sí mismo desde afuera, un idiota que no sabe lo que está pasando. Pero ahora el entiende. Esto fue lo que pasó. No tenía idea. Ella suplica, le pide ayuda, le pide que le explique al policía, que diga que las pastillas son suyas. Franco solo se le queda viendo con la boca abierta y las pupilas dilatas mientras a sus espaldas, una bala gigante destruye su mente y el recuerdo perdido de este día en el aeropuerto.
¡Cobarde!
Es la última palabra que escucha. No sabe si vino de adentro o de afuera. La bala rompe la última pared y deja entra la luz.
En que te inspiraste? Por momentos se me vino la película de "El club de la pelea" con mezcla de "Conoces a Joe black"
Muy interesante!
cool!!